El 28 de enero de 1907, trescientas corporaciones locales catalanas se reunieron en Barcelona para tratar sobre la inseguridad en la capital; grupos anarquistas llevaban años poniendo bombas sin que el gobierno hubiera sido capaz de atajar la sangría. Con unas condiciones sanitarias infectas en los barrios populares, tasas de mortandad superiores a las de Calcuta y unas enormes diferencias sociales, la ciudad era un polvorín.