En diciembre de 1936, en plena Guerra Civil, se inauguró el Laboratorio Criminalístico de Barcelona. Su primer director fue José López de Sagredo, jefe del Gabinete de Identificación de la policía y uno de los personajes reales de También mueren ángeles en primavera. Es más: un análisis del laboratorio es el que pone al detective Ferrer sobre la pista con la que resolverá el caso de los ángeles asesinados.
Aquel flamante centro de técnica policial se instaló en una hermosa casa modernista de la calle de Casanova, junto a la Diagonal. Contaba con laboratorios de química, biología, fotografía y gabinete de identificación dactiloscópica (fotos pequeñas que podéis ampliar). A pesar de las circunstancias del momento, era uno de los mejor dotados de Europa.
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Unas pinceladas de historia: el primer gabinete antropométrico de España –que medía a los detenidos para su posterior identificación– nació en Barcelona en 1895. En 1901, se crearon gabinetes antropométricos en las prisiones más importantes y, dos años después, se fundó la Escuela de Criminología.
Llegamos por fin, a 1913. El jefe del Gabinete de Identificación de Barcelona adoptó un nuevo método para archivar las fichas policiales. Hasta entonces, se guardaban ¡por orden alfabético!, de forma que, cuando se detenía a un individuo, se tenían que revisar todas las fichas una a una para comprobar su identidad. El sistema propuesto por Eloy Hernández –así se llamaba el jefe–, se basaba en el método Bertillon, que las archivaba según las características físicas de cada individuo. Fue el primer intento serio de dotar de una moderna rama científica a la policía española (recorte adjunto).
En la década siguiente, las huellas dactilares se consolidaron como sistema infalible de identificación. Uno de los casos paradigmáticos fue el robo de la casa Laffitte, de Barcelona, en mayo de 1925. En su resolución jugó un papel destacado un joven agente experto en dactiloscopia: José López de Sagredo –sí, “nuestro” López de Sagredo–. Los ladrones rompieron una ventana de la cocina y penetraron en la vivienda, se llevaron objetos de plata y piezas de vestir por valor de más de 2.000 pesetas, un buen botín. López de Sagredo reveló unas huellas en el cristal roto y descubrió al autor, un fulano con un historial largo como el brazo.
En los 30, López de Sagredo fue ascendiendo... y enfrentándose a sus jefes por culpa de la falta de profesionalidad de buena parte de los mandos y agentes del Cuerpo “que –según afirmaba– como tienen sueldo del Estado, ven en su profesión solo una solución de estómago”. En 1934, fue nombrado Jefe del Negociado de Identificación de los recién creados servicios de Orden Público catalanes. Desde ese instante empezó a diseñar el nuevo Laboratorio Crimanlístico que, por aquellas cosas del destino, se inauguró en unos momentos en los que la muerte violenta era mucho más que una presencia cotidiana en la ciudad y en el país.
Aquel flamante centro de técnica policial se instaló en una hermosa casa modernista de la calle de Casanova, junto a la Diagonal. Contaba con laboratorios de química, biología, fotografía y gabinete de identificación dactiloscópica (fotos pequeñas que podéis ampliar). A pesar de las circunstancias del momento, era uno de los mejor dotados de Europa.
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Unas pinceladas de historia: el primer gabinete antropométrico de España –que medía a los detenidos para su posterior identificación– nació en Barcelona en 1895. En 1901, se crearon gabinetes antropométricos en las prisiones más importantes y, dos años después, se fundó la Escuela de Criminología.
Llegamos por fin, a 1913. El jefe del Gabinete de Identificación de Barcelona adoptó un nuevo método para archivar las fichas policiales. Hasta entonces, se guardaban ¡por orden alfabético!, de forma que, cuando se detenía a un individuo, se tenían que revisar todas las fichas una a una para comprobar su identidad. El sistema propuesto por Eloy Hernández –así se llamaba el jefe–, se basaba en el método Bertillon, que las archivaba según las características físicas de cada individuo. Fue el primer intento serio de dotar de una moderna rama científica a la policía española (recorte adjunto).
En la década siguiente, las huellas dactilares se consolidaron como sistema infalible de identificación. Uno de los casos paradigmáticos fue el robo de la casa Laffitte, de Barcelona, en mayo de 1925. En su resolución jugó un papel destacado un joven agente experto en dactiloscopia: José López de Sagredo –sí, “nuestro” López de Sagredo–. Los ladrones rompieron una ventana de la cocina y penetraron en la vivienda, se llevaron objetos de plata y piezas de vestir por valor de más de 2.000 pesetas, un buen botín. López de Sagredo reveló unas huellas en el cristal roto y descubrió al autor, un fulano con un historial largo como el brazo.
En los 30, López de Sagredo fue ascendiendo... y enfrentándose a sus jefes por culpa de la falta de profesionalidad de buena parte de los mandos y agentes del Cuerpo “que –según afirmaba– como tienen sueldo del Estado, ven en su profesión solo una solución de estómago”. En 1934, fue nombrado Jefe del Negociado de Identificación de los recién creados servicios de Orden Público catalanes. Desde ese instante empezó a diseñar el nuevo Laboratorio Crimanlístico que, por aquellas cosas del destino, se inauguró en unos momentos en los que la muerte violenta era mucho más que una presencia cotidiana en la ciudad y en el país.
2 comentarios:
O sea que podemos decir que la moderna policía científica tuvo sus inicios reales durante nuestra pasada guerra y en Barcelona. Muy curioso.
Gracias por el comentario, Cayetano. En nuestro país, el Laboratorio Criminalístico supuso un avance notable. López de Sagredo contó con el consejo de Locard, el director de Lyón, con el que mantuvo una notable correspondencia a lo largo de loa años 30.
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