2/8/09

El misterioso caso del millonario que se esfumó a 1.000 metros de altura... y sin dejar rastro


Martes 3 de julio de 1928, hacia las 20 h. Canal de la Mancha. Un trimotor Fokker vuela a 1.200 m de altitud rumbo sudeste; ha partido del aeródromo inglés de Croydon con destino a Bruselas. El cielo está despejado y sopla un viento flojo. El aparato es propiedad del empresario belga Alfred Loewenstein, uno de los hombres más ricos del mundo. Junto a él viajan el piloto y un ayudante, dos dactilógrafas –una para francés y otra para inglés–, su secretario, Hodges, y su ayuda de cámara, Baxter.
Al sobrevolar la costa francesa, en el Pas-de-Calais, el multimillonario va al lavabo.
No volvería a ser visto con vida.

En la vertical de Dunkerke, y extrañados por la tardanza, Hodges y Baxter llaman a la puerta del baño. Nadie responde. La abren. Su jefe no está. Miran tras unos paquetes, por si se hubiera desmayado. Tampoco. Todo está, en apariencia, en su lugar. Alfred Loewenstein se ha desvanecido en el aire. Literalmente.
El misterio de la habitación cerrada a 4.000 pies de altura.
Donald Drew, el piloto, desciende hasta rozar las olas y traza varios círculos sobre el agua, cree que el patrón se ha caído accidentalmente del aparato. Oscurece y pronto debe abandonar la búsqueda. Aterriza en la playa de Fort-Mardyck y pide ayuda por radio. A la 1:30 de la madrugada del día 4 de julio se hace oficial la desaparición y muerte casi segura de Loewenstein. En las bolsas de Londres y Paris cunde el pánico. Sus rivales, mientras tanto, se frotan las manos, están convencidos de que su imperio se hundirá como un castillo de naipes y que podrán repartirse los despojos.
El día 19 de julio, unos pescadores encuentran un cadáver flotando cerca de Dieppe. El cuerpo está desnudo pero una pulsera de oro permite identificar al empresario desaparecido. Se disparan las especulaciones: ¿asesinato o suicidio? Con la página del diario La Vanguardia del 6 de julio –puede ampliarse– nos hacemos una idea de la impresión causada por el suceso.
Hay teorías para todos los gustos y todas ellas cuentan con unas gotas de verosimilitud y un mucho de especulación. Es importante destacar que los aviones de la época permitían que la puerta se abriera en vuelo, aunque no sin dificultad ya que el aire sobre el fuselaje ejercía una fuerza tremenda.
Los partidarios del suicidio señalan que las deudas de Loewenstein habían crecido exponencialmente en los últimos años y que en pocos días debía pagar una suma desorbitada a un banco inglés, a la que no podía hacer frente; además, se le había visto pensativo y ausente durante varias semanas. El suicidio, sostienen, era una salida “honorable” ante el inminente hundimiento de sus empresas. Los que abogan por el asesinato, en cambio, aportan testigos que desmienten aquella actitud depresiva e indican que siempre había salido bien parado de sus jugadas más arriesgadas. Sostienen que un competidor pudo pagar a uno o varios de sus hombres de confianza para que lo eliminaran.
Una tercera vía apuesta por el accidente. Quizás mareado, se le vio sudando y con el nudo de la corbata deshecho, se confundió de puerta y en lugar de abrir la del lavabo abrió la portezuela del aeroplano y fue engullido por el aire. Es la versión oficial.
Nuestro país no escapó al terremoto económico que provocó la muerte de Loewenstein. Era uno de los principales accionistas de los ferrocarriles de Catalunya y de la Barcelona Traction, Light and Power Company, popularmente conocida como La Canadidense, primera hidroeléctrica de Europa y propietaria, entre otras, de la compañía de tranvías de Barcelona.
Sobre esta última ofrezco el precioso documental rodado en 1908 por Ricardo de Baños: un recorrido en tranvía a través de las principales calles de la ciudad. En otra entrada os hablaré de los hermanos Baños y de su producción documental y de ficción en los años 20, que incluyó, al menos, tres películas que hoy calificaríamos X.

1 comentario:

FranCCø dijo...

Filmación de incalculable valor. Nos transporta cien años atrás. Nos muestra como se vivía y personas que ya no están entre nosotros.

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