1/9/09

El criminólogo que metió la pata en el proceso más famoso de la historia


Olvidaos por un momento de CSI y demás películas realizadas a mayor gloria de los forenses norteamericanos. Hubo un tiempo en el que los grandes avances de la criminología vinieron de Francia. En También mueren ángeles en primavera explico la amistad que unía a José López de Sagredo, director del Laboratorio Criminalístico de Barcelona, y a Edmond Locard, su colega de Lyón, un Mozart de la ciencia forense que sintetizó lo mejor del pasado y sentó las bases para el desarrollo futuro de su disciplina.
En 1910, Locard cambió la historia de la criminología. Era ayudante de medicina legal en la universidad de Lyón cuando solicitó la cesión de dos habitaciones en el ático de la jefatura de policía y la asignación de dos asistentes. Así nació el primer laboratorio policial del mundo. Nada volvería a ser igual para delincuentes e investigadores, las reglas del juego habían cambiado.

Antes, a finales del siglo XIX, otro policía francés dio un impulso fundamental a la lucha contra el crimen. Se llamaba Alphonse Bertillon. Fue un hijo de su época: su prosa era barroca y su oratoria una pesadez –se le dormían los auditorios– pero era culto, terco, práctico, imaginativo y muy organizado. Y antisemita, también; este rasgo de su personalidad, común en la burguesía de la III República francesa, le otorgaría un triste papel en el juicio más famoso de la historia.

Muchas de las innovaciones que introdujo Bertillon siguen vigentes 120 años después.

Así, en 1882 sentó las bases de la antropometría como sistema para la identificación de criminales. Sostenía que midiendo determinados huesos que no cambian con el paso del tiempo y señalando marcas individuales, como tatuajes o cicatrices, podía identificarse a un criminal que estuviera convenientemente fichado; para ello, creó la metodología, el modelo de ficha y estandarizó las fotografías –de frente y de perfil ante una regla de tallar–. En poco tiempo se resolvieron más de 200 casos y su fama se extendió por todo el mundo.

Fue Bertillon quien desarrolló la fotografía métrica para recrear las medidas del escenario del crimen –que no debía ser alterado bajo ninguna circunstancia– y de los objetos que hubiera allí e introdujo las cintas pautadas que aún hoy se usan para fotografiar las pruebas. También diseñó los maletines con instrumental y reactivos para recoger muestras y realizar comprobaciones sencillas fuera del laboratorio.

Pero, como otros grandes genios, su brillante personalidad ocultaba una zona oscura y poco conocida relacionada con su ya mencionado antisemitismo.

Pese a ser un mal grafólogo, testificó como experto contra el capitán Alfred Dreyfus, en uno de los escándalos políticos y judiciales más conocidos. Dreyfus, de origen judío, fue acusado injustamente de pasar documentos secretos a Alemania, degradado, condenado a cadena perpetua y deportado a la isla del Diablo. El testimonio de Bertillon, que atribuyó erróneamente a Dreyfus un escrito del verdadero culpable, fue fundamental para la acusación.

De aquel affaire surgió una nueva forma de periodismo y de compromiso moral de los intelectuales. Con su célebre artículo Yo acuso, el escritor Émile Zola defendió a Dreyfus y denunció los tejemanejes del ejército y del gobierno.

El apartado gráfico de esta entrada empieza –de arriba a abajo– con los retratos de Locard y Bertillon; luego encontramos una rareza: la ficha de identificación que Bertillon hizo a su amigo y colega inglés sir Francis Galton. A continuación la ilustración que recoge su testimonio ante el tribunal que juzgaba a Dreyfus y la página del periódico L’Aurore con el Yo acuso original –que puede ampliarse y leerse–. Debajo de estas líneas, el tráiler de la película La vida de Émile Zola, de 1937, año en el que está situada la trama de También mueren ángeles en primavera. Casualidades.

1 comentario:

Cayetano dijo...

Muy original la forma de enfocar el asunto que nos traemos entre manos estos días. Así que monsieur Bertillon, famoso y renombrado investigador, pero antisemita, patinó de lleno con su declaración, pudiendo más sus prejuicios étnicos que su racionalidad de científico. ¡Vaya con el señor Bertillon! Me imagino que su fama bajaría unos cuantos enteros entre los intelectales y hombres de cienca franceses.
Magnífica la página del periódico con el texto de Zola, un documento histórico.
Un saludo.

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